Tengo mala relación con mis ex. Con
todas. Excepto una, tal vez dos, con las que aun guardo cierta relación de violencia-afecto.
El resto, por si no fuera poco, nos llevamos terriblemente mal.
Tal es el caso de C –si
lees esto, sabes que soy muy franco a la hora de escribir-, a quien volví a ver
tras un par de años. Nunca me consideré un mal hombre, pero ha pasado el tiempo
y me he dado cuenta que sí, soy un mal tipo. Nunca pude regalarle nada, ni ser
capaz de expresar lo que en un momento sentí. A pesar de sus caricias y
exquisitas charlas, nuestro amor murió vespertinamente.
Ahora, cuando la vi, estaba
durmiendo en un asiento del Metropolitano. A mitad de camino, poco antes de la
Estación Central, un golpe en la cabeza me despertó. No supe qué fue. Vi a una
mujer joven con un paquete grande y lo primero que surgió en mi mente fue
cederle el asiento.
-¿Te
quieres sentar?
-No,
gracias. No hace falta.
-¿En
serio? ¿Segura que no quieres?
-No,
pero si insistes puedes cogerme este paquete –tomé el paquete y era un racimo de rosas rojas. Me sentí extrañado por la situación; que le den rosas a uno,
así sea por un instante, es raro.
Al
final, seguí en lo mío: dormir plácidamente después del trabajo.
Pero al rato volví a abrir los ojos y fue ahí cuando me encontré frente a Claudia. Quería
hablarle, saludarla, ser cordial, pero rápidamente noté su postura fría y
defensiva. Seguí buscándole la mirada y al cruzar los ojos el uno con el otro su
desprecio me hizo sentir mal. No podía creer que aún no pudiera llevarme bien
con ella, a pesar de lo lindo que la pasamos.
¡Pero
me importó un pito en el fondo! Busqué a la chica de las rosas que se encontraba
un par de pasos lejos, y luego, con absoluta conchudez, me paré y saludé a mi
ex así no quisiera saludarme y le dije a la otra chica:
-Toma,
a ti sí te regalo las rosas.
Me
dirigí a la salida y mientras esperaba a que abrieran la puerta del bus,
ciertos murmullos a mi espalda no se
hicieron esperar.
PD: !Qué rica estabas, weona!